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Familias británicas en la Patagonia austral

EL PRIMERO QUE IMPORTÓ GANADO A MAGALLANES DE LAS ISLAS MALVINAS
[Autor: Claudio Chamorro Ch.]

Don Enrique Leonardo Reynard, ha sido uno de los que más se han distinguido y su recuerdo se mantiene incólume en Magallanes. Puede figurar, con honra y honor, entre los extranjeros que lucharon con denuedo e hicieron del Territorio el centro de sus actividades y propendieron, en todo sentido, al desenvolvimiento del progreso. Su vida es un bello libro cuyas páginas encierran grandes enseñanzas para los hijos de Magallanes.

Vamos a referirnos a su personalidad. El señor Reynard, nació, en mayo de 1845, en el Condado de Yorkshire, en Inglaterra. Obedeciendo a las inclinaciones de su temperamento y ávido de viajar, se dirigió a la América, a la edad de 21 años. En 1866, llegó a Buenos Aires, y desde allí se encaminó a las Provincias de Santa Fe y Córdoba, que constituían para él un campo inmenso de trabajo. En 1872, sus amigos, señores Leesmith y Dunsmuir [Dunsmure], que se habían avecindado en la ex-Punta Arenas, lo invitaron a visitar la zona austral, a donde se trasladó, en 1874.

El señor Reynard conocía perfectamente la industria agropecuaria y los progresos que había alcanzado en Inglaterra, país en el que la ganadería constituía una de las preocupaciones de los habitantes. En las extensas llanuras del Sureste, lo mismo que en Escocia, pacen grandes rebaños y las razas ovinas han sido las mejores del mundo.

Una vez aquí, conoció el Territorio y vislumbró grandes posibilidades de buenos negocios, que lo alentaron para seguir adelante e iniciar labores progresistas.

Entró en sociedad con su amigo, señor Jacobo Henderson Dunsmuir [Dunsmure], y establecieron un aserradero en Leña Dura, vecino paraje en el cual abundaban las maderas. La explotación de esta industria les dio buenas utilidades, y fue, acaso, la primera que tuvo gran auge en el Territorio.

El señor Reynard había adquirido en Buenos Aires, la goleta María Colombo, que quedó a cargo del capitán Valverde para su explotación en el comercio de cabotaje.

Por aquellos años, las goletas desempeñaban un hermoso papel en la navegación; y la Colombo venía a prestar muy buenos servicios en el intercambio de productos con las Islas Malvinas y las poblaciones de la Patagonia argentina.

Poco después, fue entregada al Capitán Rothenburg, avezado marino y profundo conocedor de los mares australes, en cuyo poder estuvo durante nueve años.

La clara visión del señor Reynard le hizo comprender, desde el primer instante, que las tierras magallánicas eran excelentes para la ganadería y se decidió adquirir ovinos en las Islas Malvinas en tiempos del Gobernador, don Diego Dublé Almeyda. Aprovechando un viaje que este funcionario hizo, a bordo de la Corbeta Chacabuco, a dichas Islas, en el mes de diciembre de 1876. Reynard adquirió allí una partida de 300 ovejas, que el Gobernador Dublé Almeyda hizo conducir a Magallanes en la nave citada, y fueron colocadas en la Isla Isabel, en enero de 1877, ganado que prosperó fácilmente y fue la base para el futuro desarrollo de la industria agropecuaria en el Territorio.

Se deduce, entonces, que este intrépido y progresista hijo de Albión, fue el primer ganadero que importó ovinos, acontecimiento memorable que no se puede olvidar; nos recuerda una época de luchas y de sacrificios, y pone de relieve la tenacidad y la constancia del señor Reynard en favor de la realización del pensamiento que lo animaba y que era una cara aspiración de los habitantes.

Fue un acontecimiento trascendental que, a través del tiempo, ha hecho cambiar la faz económica de estas regiones y ha traído la abundancia y el bienestar para los pobladores, porque la ganadería se ha convertido en una gran industria, creadora de la riqueza pública y privada, con la valoración inmensa de los campos y las pingües utilidades de su explotación.

Y dejamos en claro este otro hecho: que el Gobernador Dublé Almeida fue quien aconsejó al señor Reynard y, por lo tanto, la iniciativa se debió a dicho funcionario.

Pero este esforzado luchador no se detuvo en su camino, continuó adelante y anhelaba que muchos otros pobladores desarrollaran también las mismas actividades. Para serles útil, hizo traer nuevas remesas de ovejas de las Islas Malvinas, y en cuatro viajes importó 2,962, de las 3,184 que había comprado a los señores Blake y Holmstead, de Bahía Shallow.

La hacienda prosperaba, y esto hizo que el señor Reynard pudiera facilitarles ganado lanar, entre otros, a los señores: Enrique Jamieson, José Menéndez, Victoriano Rivera, Hamilton y Saunders, que habían adquirido tierras y deseaban poblarlas.

Nuestro biografiado daba, de año en año, más amplitud a las actividades ganaderas; se interesó en seguir poblando los campos de Oazy Harbour, lo que hizo con todo éxito; en la explotación de esta industria introdujo los procedimientos más modernos, que estaban de acuerdo con las necesidades de la época, y la estancia llegó a ser un modelo en el Territorio. Y como un hecho histórico, que debe figurar en los anales de Magallanes, dejamos constancia, en estas páginas, de que los primeros vellones que se enviaron al mercado de Londres, en 1883 y 1884, fueron de los rebaños que poblaban Oazy Harbour, en donde se conocieron, por primera vez, las primeras máquinas de esquila, que también fueron introducidas por el señor Reynard.

La industria agropecuaria adquiría nuevas proyecciones con el nacimiento de otras industrias derivadas, entre las que figura la extracción de grasa, que ha tomado gran desarrollo en los últimos años.

El señor Reynard, estableció una grasería en la estancia, lo que constituyó un acontecimiento en aquellos años y vino a prestar grandes servicios en la región. Los vecinos se beneficiaban directamente, porque enviaban las ovejas que deseaban faenar, de lo que se encargaba la estancia; se pagaba tanto por cabeza, y el señor Reynard se encargaba de enviarles los cueros y la grasa a los interesados.

Sin duda, a este distinguido caballero inglés mucho le debe el Territorio, porque no sólo se dedicó a la ganadería; su inteligencia abarcó nuevos campos de acción y sus actividades se multiplicaban; su labor fecunda redundaba en provecho de todos, y así prodigaba el bien.

También se dedicó al comercio. En comandita con el señor Elías H. Braun, echó las bases de una Sociedad Comercial, que le auguraba un seguro bienestar, pero las espectativas que en ello cifraba, se derrumbaron, con motivo de los sangrientos sucesos que tuvieron lugar el 12 y el 13 de Noviembre de 1877; la mayor parte de la guarnición se sublevó y los incendios redujeron a cenizas el comercio y las casas particulares. La población huyó despavorida a los bosques y a la montaña hasta que el orden fue restablecido. Se fusiló a varios de los amotinados.

E! señor Reynard fue designado Vice-Cónsul británico, en 1879, por fallecimiento de don Jacobo Henderson Dunsmuir [Dunsmure], que servía este cargo y pereció trágicamente, lo mismo que el señor F. Roig, en una expedición que efectuaron por los mares australes, y naufragó la nave que tripulaban.

También contribuyó a la formación del Cuerpo de Bomberos de Magallanes, y siempre estuvo presto para secundar toda obra que significara progreso. Su retrato adorna la Sala de Honor de la Primera Compañía.

El señor Reynard contrajo matrimonio en Montevideo, en 1880, con la señora Aimée Marie Domange viuda de Roig, que secundó admirablemente su labor y lo animó siguiera sin vacilaciones ni quebrantos, en las empresas que acometía. Era una gran mujer, y hacía honor a su nacionalidad; siempre se la vio ocupando un lugar destacado en las actividades que desarrollaba su esposo, y con su inteligencia y su carácter contribuyó poderosamente en favor de los triunfos alcanzados.

De este matrimonio nacieron cuatro hijos: Enrique, Carlos, Elena y Enriqueta María.

El señor Reynard había vivido largos años en Magallanes, a cuyo progreso contribuyó, como el que más; pero los acontecimientos que se sucedieron, lo obligaron a abandonar estas tierras.

En el deseo de constituir definitivamente la propiedad rural, el Supremo Gobierno sacó a remate los terrenos fiscales ocupados por particulares; el señor Reynard encontró subidos los precios de las tierras, y por esta causa se trasladó a la Argentina. Fue muy sentido este alejamiento del fundador de la primera estancia modelo y primer ganadero del Territorio, que con su talento y su inventiva había operado una magna transformación de los valores económicos y había dado vuelo inmenso a la más importante industria regional.

El ciudadano que en 1877 había pagado una libra esterlina por cada una de las 300 ovejas que adquirió en Malvinas y media libra de flete por cada cabeza, hubo de dejar el Territorio en donde creyó hacer fortuna y al cual no volvió jamás!

Su viejo amigo, don Juan Hamilton, le insinuó la idea que se fuera a la Argentina con sus ganados, lo que, en verdad, efectuó para radicarse en Cañadón de las Vacas, que el señor Reynard transformó en un vergel, después de una tenaz lucha con la naturaleza. Fundó allí una estancia, que hoy día es un modelo y constituye una heredad encantadora de la familia de este distinguido caballero; en ella existe una residencia señorial, rodeada de bellos jardines, digna morada del luchador infatigable que la habitó.

La estancia se halla situada entre Santa Cruz y Río Gallegos, en un pequeño valle, pleno de atractivos, y allí vivió durante muchos años este hijo de Albión, rodeado del respeto y el cariño de todo el sur argentino-chileno, sin distinción de nacionalidades ni fortunas.

El señor Reynard pasó también un largo tiempo en Europa, a fin de atender a la educación de sus hijos, y la Guerra Mundial lo sorprendió en aquel Continente.

Dos descendientes de este distinguido ciudadano residen en la estancia Cañadón de las Vacas: su hija Elena Reynard contrajo matrimonio con don Hugo Denniston; y su otra hija Enriqueta María Reynard, se casó con don Santiago de McVinnie, los cuales viven rodeados del respeto y el afecto de los habitantes de esas regiones.

El señor Reynard quería mucho a Chile y sentía por Magallanes una profunda simpatía; en estos campos inició sus primeras labores y vio coronados por el éxito sus grandes esfuerzos.

Y tanto aquí como en Argentina, su hogar fue siempre un modelo, y en él se rendía culto a las virtudes familiares.

Era, el señor Reynard, un varón justo, en el más noble concepto de la frase; de espíritu cultísimo, hermanaba las labores del trabajo con la lectura y el estudio; su figura moral era inconfundible; sirvió a su país con toda la fe de su alma y supo honrarlo con su ejemplo y con su labor digna y grande.

Su nombre se mantiene, por ésta causa, vivido en los Anales del Comercio londinense y se recuerda que él fue quien importó, de las Malvinas, a Magallanes, las primeras ovejas, base perdurable de la riqueza ganadera del Territorio.

El recuerdo de este gran luchador no podrá extinguirse con el tiempo. Don Enrique L. Reynard fue un héroe; su nombre se halla vinculado al desenvolvimiento del progreso de estas regiones meridionales y es acreedora que su memoria se perpetúe en el bronce, para ejemplo y enseñanza de la posteridad, como tantos otros ciudadanos extranjeros que vinieron a estas tierras a colaborar en la obra de civilización y de cultura, que, para honra de la Patria, emprendieron los Gobernadores progresistas que se llaman, entre otros: Jorge Schythe, Oscar Viel, Diego Dublé Almeyda, Carlos Wood, Francisco R. Sampaio, Daniel Briceño, Manuel Señoret Astaburuaga, Mariano Guerrero Bascuñán y Carlos Bories.

El señor Enrique L. Reynard falleció en 1919.

Fuente: "Bajo el Cielo Austral", Claudio Chamorro Ch., Santiago de Chile, 1936
Agradecimientos: Felipe Kusanovic
Actualizado: 8-VI-2014